Los jóvenes en la sociedad contemporánea son herederos de una tradición romántica que postula que el sentido de la vida se fundamenta en la búsqueda de una pareja con la cual se construye un proyecto común y una familia, mientras que, al mismo tiempo, les convencen valores emergentes como el de tener una vida propia, desarrollar un proyecto profesional individual y ser auténticos y honestos. ¿Es posible combinar ambos imaginarios?
¿Cuáles son los esfuerzos y costos que implican cada uno?
Zeyda Rodríguez