Las políticas y discursos antiinmigración contemporáneos muestran cómo la violencia fascista puede manifestarse tanto desde las instituciones del Estado como desde la sociedad misma. Al criminalizar la migración y difundir narrativas que presentan a las personas migrantes como amenazas, se vulneran derechos fundamentales y se alimenta un clima de exclusión y miedo. Esta violencia no se limita a acciones directas, sino que también opera de manera simbólica, moldeando la forma en que las personas perciben y se relacionan con los demás. Así, se normalizan actitudes autoritarias y se fomenta el conformismo social, debilitando principios democráticos básicos. Analizar estos procesos resulta clave para comprender cómo se configuran hoy las subjetividades y las dinámicas de poder en torno a la migración.